Creo que el otro día acabé demasiado profundo el capítulo. Pero es que los costoneros tenemos una llamada "hora de pensamiento" en la que pensamos nuestros problemas, y me pilló escribiendo mi enciclopedia, así que me puse a pensar en mis cosas y me salio esa larga descripción. Hoy hablaré de las cosas de mi planeta, para no daros la vara con lo extrañas que son las vuestras.
Lo primero, como os dije, es la hora del pensamiento. Esto se debe a que a los costoneros no nos gusta no saber todo, así que en esa hora mareamos a la perdiz con algo que no comprendemos. Es tan común en mi planeta como que los creyentes vayan a misa los domingos en el vuestro.
No hay que ir al supermercado: si quieres algo, lo visualizas en tu mente y aparece ante tus ojos. Hay que fijarse muy bien en los detalles porque si no te salen cosas que son un completo disparate.
Si quieres decir algo a alguien sin que se enteren los demás, te puedes comunicar con él por telepatía.
INVENTOS: coches voladores, espadas láser, teletransporte, trajes irrompibles, zapatos con propulsión, helados que nunca se derriten...
Todos los domingos hay que tomar únicamente cosas líquidas para limpiar nuestra alma, pero desde que descubrí los donuts aquí en la Tierra me lo salto un poquito...
Si tienes hermanos pequeños, te tienes que ocupar tú de recogerles la avitacion, prepararles el desayuno, hacer que se cepillen los dientes...
En mi planeta en algunas partes hay gravedad y en otras no. En la zona en la que yo vivía había, pero si te ibas al pueblo más próximo tenías que andarte con ojo para no salir volando...
Por las noches hay 3 lunas y al menos el triple de estrellas que en el vuestro.
Puedes hacer levitar las cosas para que lleguen hasta ti, para no tener que levantarte si no te apetece. Es muy útil para los discapacitados..
Y así podría seguir hasta el fin del mundo. Hay un montón de cosas que los humanos no hacéis. Puede que por eso me haya llamado Ismael.
Me senté en el sofá e Ismael se puso a mi lado. Me miró y me preguntó:
-¿Eres costonera, verdad?
-¿Qué? ¡No! Esto...
-No mientas, Lucía. No llevas lentillas, porque nunca te las quitas. Y cuando hablas con tu madre lo haces en una lengua extraña.
-Vale, puede que tenga un color de ojos peculiar, pero no soy costonera. Y puede que me oyeras mal cuando hablaba con mi madre.
-No, no, no, no. Vamos mal. No quiero mentiras. Te he permitido que compartas piso conmigo porque confío en ti y quiero seguir haciéndolo. Ahora contesta: ¿eres costonera, sí o no?
Bajé la mirada.
-No.
-Te he visto hacer levitar objetos.
-¿Cuándo?
-Estabas leyendo un libro. Puede que no te dieras cuenta.
-Yo no... Vale...Esto...
Volví a mirar al suelo. Las pantuflas de conejito que me había comprado hacía poco me miraban con sus ojos grandes y brillantes, como apiadándose de mí. Pero Ismael me hizo mirarle a sus ojos desiguales.
-Lucía, no merece la pena seguir mintiendo. ¿Eres costonera?
-Sí -dije muy bajito.
Ismael no insitió más. Se quedó pensativo, callado, y no volvimos a dirigirnos la palabra en todo el día.
Firmado,
Z121 (o Lucía)
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